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Hoy tenía agendado hablar del embarazo de Emmita, pero no sé si es que llevó todo el fin de semana sin dormir nada (vómitos y cataclismos varios), unido a las ya dos semanas de noches casi interminables, pero hoy no me apetece. No tengo ganas de exponerme, no tengo ganas de abrir mi corazón y compartir mis vivencias y que alguien que no tiene otra cosa mejor que hacer venga a mi blog, que es mi casa, a juzgarme a mí, o peor a mis hijas.

El viernes en mi nueva sección “Mamá necesita un café” os conté como Abril le dio una contestación a una señora y mi forma de intervenir. A juzgar por algunos comentarios, un niño de 3 años tiene que ser la amabilidad personificada, aunque aún no haya tenido tiempo de asimilar (asimilar es todo lo contrario de imponer) las normas sociales básicas y de cortesía, de nuestro contexto social.

Por supuesto, una señora puede venir, juzgar mis decisiones e intentar adoctrinar a mi hija, interrumpiendo su juego (el juego de los niños a mí me parece sagrado) y, por supuesto, alguien puede venir a mi blog y juzgar a mi hija: “como alguna vez se tope con alguien como ella” o “el comentario de tu hija es muy impertinente” (¿Recordáis que es una niña de tres años?) Y, no obstante, en vez de contestar lo que en realidad me pide el cuerpo, he de responder con amabilidad porque… “a los mayores no se les contesta” y “porque si tengo un blog tengo que aguantar todo tipo de opiniones”.

¡No!, lo siento, pero no. Estoy cansada de soportar a gente que viene a juzgar el comportamiento de una niña de 3 años (que me parece de una bajeza moral asquerosa), que se atreve a juzgar mi amabilidad y la educación que le estoy dando a mis hijas (que me parece de gente vacía y prepotente), que viene a dar discursos sobre amabilidad cuando son incapaces de predicar con el ejemplo (¿o quizás si podemos ser maleducados e impertinentes siempre que lo hagamos al otro lado de la pantalla del ordenador? ¡Qué valientes!) y ya, por último, que decide criticar mi gestión de los comentarios de mis lectores, ¿Es que tengo que responder en el momento cualquier comentario que me llegue? ¿Es que ni siquiera tengo derecho a descansar el fin de semana por tener un blog? ¿Es que no puedo ir a sitios sin cobertura para poder responder los comentarios, emails, privados y publicaciones en redes sociales? ¿Y si lo hago desde el móvil y tengo faltas de ortografía y me critican por ello? ¿O si decido contestar a todo perdiéndome el juego con mis hijas y me llaman adicta a las redes sociales? ¿Si contesto a los comentarios desagradables sólo contesto a los que no me dan la palmadita y si contesto a los agradables es que no me mojo?

Querido/a hater: Para mí tener un blog no es gratis, tiene una serie de costes asociados que asumo con cariño, pero para ti, leerlo, si lo es. Son gratis los recursos, los imprimibles, los sorteos, los tutoriales,… Cuando algo es gratis, no podemos exigir nada a cambio, no puedes exigir contraprestaciones o que todo lo que publico te guste. Y, por supuesto, ser lector de un blog no te da patente de corso para soltar bofetadas verbales cuando te apetezca. Si a mí no me gusta algo, no entro a juzgar a nadie, no entro a imponer mi opinión a un blog sobre el “espectáculo” taurino, sobre las “bondades” del método Estivil o sobre lo “maravilloso” que es azotar a los niños para que te hagan caso. No, invierto mi escaso tiempo en dejar comentarios agradables en otros blogs que sigo (por falta de tiempo, pocos) y, ni por lo más remoto, se me ocurriría juzgar a alguien que se está exponiendo.

Si lo que vas a decir no es más bello que el silencio, no lo vayas a decir.

Todo esto me recuerda a una fábula que me contaba mi abuelo cuando era pequeña y que lleva estando presente 30 años en mi vida. Os la dejo aquí y me despido hasta mañana, a ver si se me ha pasado un poco el cabreo y puedo tener el mismo humor de siempre.

«Eran un anciano y un niño que viajaban con un burro de pueblo en pueblo. Puesto que el asno estaba viejo, llegaron a una aldea caminando junto al animal, en vez de montarse en él.
Al pasar por la calle principal, un grupo de niños se rió de ellos, gritando:
-¡Mirad qué par de tontos! Tienen un burro y, en lugar de montarlo, van los dos andando a su lado. Por lo menos, el viejo podría subirse al burro.
Entonces el anciano se subió al burro y prosiguieron la marcha. Llegaron a otro pueblo y, al transitar entre las casas, algunas personas se llenaron de indignación cuando vieron al viejo sobre el burro y al niño caminando al lado.
Entonces dijeron a viva voz:
-¡Parece mentira! ¡Qué desfachatez! El viejo sentado en el burro y el pobre niño caminando.
Al salir del pueblo, el anciano y el niño intercambiaron sus puestos. Siguieron haciendo camino hasta llegar a otra aldea.
Cuando las gentes los vieron, exclamaron escandalizados:
-¡Esto es verdaderamente intolerable! ¿Han visto algo semejante? El muchacho montado en el burro y el pobre anciano caminando a su lado.
-¡Qué vergüenza!
Puestas así las cosas, el viejo y el niño compartieron el burro. El fiel jumento llevaba ahora el cuerpo de ambos sobre su lomo.
Cruzaron junto a un grupo de campesinos y éstos comenzaron a vociferar:
-¡Sinvergüenzas! ¿Es que no tienen corazón? ¡Van a reventar al pobre animal!
Estando ya el burro exhausto, y siendo que aún faltaba mucho para llegar a destino, el anciano y el niño optaron entonces por cargar al flaco burro sobre sus hombros. De este modo llegaron al siguiente pueblo. La gente se apiñó alrededor de ellos.
Entre las carcajadas, los pueblerinos se mofaban gritando:
-Nunca hemos visto gente tan boba. Tienen un burro y, en lugar de montarse sobre él, lo llevan a cuestas. ¡Esto sí que es bueno! ¡Qué par de tontos!
La gente jamás había visto algo tan ridículo y empezó a seguirlos.
Al llegar a un puente, el ruido de la multitud asustó al animal que empezó a forcejear hasta librarse de las ataduras. Tanto hizo que rodó por el puente y cayó en el río. Cuando se repuso, nadó hasta la orilla y fue a buscar refugio en los montes cercanos.
El molinero, triste, se dio cuenta de que, en su afán por quedar bien con todos, había actuado sin el menor seso y, lo que es peor, había perdido a su querido burro».

 

O lo que es lo mismo:

 

No puedes gustar a todo el mundo, no eres Nutella (Mayi Carles)

 

¡Feliz lunes!

¡Espera un momentito!

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